martes, 28 de abril de 2015

Crítica.

La televisión, esa caja mágica que en sus inicios consiguió reunir a familias y vecinos para poder ver algo impensable entonces: cómo el ser humano conseguía dar un paseo lunar, o cómo Arias Navarro anunciaba la mejor de las noticias. Con esto quiero decir que el papel de las televisiones ha sido fundamental para las relaciones familiares y sociales, transmitiendo información en cierta medida objetiva. Pero claro, el panorama de hace cincuenta o cuarenta años era totalmente diferente al de hoy en día. Las televisiones iban incorporadas de apenas tres canales, la figura del miembro  familiar de mayor edad era respetada, e incluso la globalización y neoliberalismo, sistema político, económico y social, y por consiguiente ligado a la programación televisiva, no hacia mella en su totalidad. 
Actualmente, la labor de los programas televisivos se han reducido a la mera palabra de "opio", ya que es así como nos quieren los altos cargos, aturdidos y adormecidos, mientras nos privatizan derechos fundamentales fruto de años de lucha obrera. 
Las relaciones familiares no se escapan de este narcótico. Los hogares actualmente se encuentran equipados de más de un televisor que poseen como mínimo veinte canales especializados, por lo que la comunicación entre los integrantes de las familias es escasa o nula. Los más afectados quizás sean los jóvenes y adolescentes, pues sus vidas se escapan mientras permanecen sentados. Las noticias subjetivas, la telebasura y publicidad, crean una realidad falsa con un ideal de belleza peligroso, mientras nos venden productos que no necesitamos y a la vez apaciguan el espíritu intrínseco que caracteriza a la juventud. 



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