¿Igualdad?
El 8 de marzo se conmemora el aniversario de un movimiento cultural, político y
social que ha llegado hasta nuestros días. La lucha de la mujer por la plena
igualdad es una realidad que empezó en las primeras décadas del siglo XX, que
llegó a su punto culmen durante la Segunda República con el emotivo y
apasionante discurso de Clara Campoamor en defensa del sufragio universal
femenino, y somos ahora nosotras quienes continuamos con esta lucha iniciada
por grandes mujeres.
El tema de la igualdad es complejo y son innumerables los debates que han
surgido en torno a el. Ciertamente, existe un discurso compartido por casi la
totalidad de la población de que mujeres y hombres deben ser tratados por igual
en todos los ámbitos de la vida, sin embargo la realidad es diferente.
La sociedad en la que vivimos, y de la cual formamos parte, es eminentemente androcentrista, con unas
estructuras creadas por y para el hombre y con un imperante patriarcado. Es una
sociedad sustentada en unos paradigmas establecidos, por ello debemos romper
con esos muros, debemos aprender a
desnaturalizar todo aquello que se considera natural, y que no hace sino
fomentar un desequilibrio en las relaciones.
Decía Paula Treichler: “El feminismo es la noción radical que las mujeres
sean personas.” Yo soy feminista, en tanto
que creo en la posibilidad de concebir una sociedad más igualitaria, donde
todos seamos valorados en función de nuestras capacidades y no de nuestros
sexos. Pero del mismo modo en el que creo en la igualdad entre hombres y
mujeres, creo en la igualdad en el resto de ámbitos de la sociedad, pues una
sociedad más igualitaria es una sociedad mejor. Y del mismo modo me encuentro
muy lejos de abrazar con alegría la discriminación positiva, que no hace sino
poner de manifiesto nuevamente la creencia de que la mujer no posee las mismas
facultades y capacidades que el hombre, sino que es un ser débil que debe
ser amparado. Debo añadir, además, que me avergüenzo de todas aquellas chicas
que alardean de que por el hecho de ser mujer les permiten acceder a
determinados lugares por un precio inferior al de los hombres. Este tipo de
medidas lejos de promover la igualdad sólo buscan atraer testosterona, y
considero que deberíamos ser todas nosotras quienes nos opusiésemos a ellas.
Hasta que nosotras mismas no nos lo creamos, hasta que no seamos
conscientes que la plena igualdad de derechos es una realidad, y no debe
reducirse a una mera teoría. Hasta que no estemos firmemente concienciadas de
que la lucha se puede vencer, de que debemos iniciarla y concluirla con los
hombres de nuestro lado. Sólo entonces, cuando todos adecuemos el discurso a
nuestro día a día, a nuestra realidad, se materializará una de las grandes
reivindicaciones.
Cada vez son más los hombres concienciados con este tema, agrupados en
asociaciones que reivindican y luchan por esta igualdad. Y lo que más me
enorgullece es que la inmensa mayoría de estos hombres son jóvenes, una
generación con una verdadera conciencia social. Sin embargo, todavía hay mucho
por hacer, el tema de la igualdad entre hombres y mujeres sigue siendo un
asunto con una gran vigencia en la actualidad, y todos nosotros debemos ser
continuadores, debemos concienciarnos, comprender que es un tema en el que sólo tiene
cabida el progreso, la evolución y el avance.
Hace unas pocas décadas, por
ejemplo, yo no podría haber tenido una tarjeta de crédito a mi nombre,
seguramente habría sufrido una elevada discriminación en la universidad, no
podría expresar mi opinión en un medio como éste, ni siquiera dentro de mi
propio entorno. Todo esto nos parece a día de hoy extremadamente anacrónico,
pero no debemos mirar muy atrás en la historia para verlo, sucedía en este país
hace unas cuantas décadas. Lo derribamos, del mismo modo que lograremos derribar
los focos de discriminación existentes en la actualidad. Pero todo conlleva
tiempo, esfuerzo, conciencia y lucha. Muchos, e incluso muchas, nos tratarán de
ingenuas. Yo misma he llegado a creer en momentos que la plena igualdad es la
utopía de algunas y algunos soñadores como yo. Pero como diría mi padre: “lo imposible tarda solo un poco más”.